lunes, 27 de junio de 2005

Un domingo en Barrio Blanco

Este domingo no fue igual a ningún otro. Salir de Santiago a las seis de la mañana y llegar a San Pedro a las diez no es fácil. Luego, pasarse una hora al sol, caminar para llegar a un solar, para allí cambiar el calor del sol por el del aguacero, y en la tarde enlodarse andando entre charcos de un sitio desconocido, hasta las cuatro, para volver a tomar carretera, tampoco es nada fácil.

Viendo las cosas así, se puede pensar que fue un día horrible. Nada más lejos de la verdad. Me fui con mi comunidad "Espíritu y Vida" a juntarnos con la comunidad hermana de San Pedro y allí visitar los terrenos que no tenemos del proyecto que aún no arrancamos con el dinero que no hemos conseguido... a vivir in situ el sueño de Sor Angelina.
Aquella mujer no sólo es la mayor soñadora que conozco, sino una de las más luchadoras. Fuerte y humilde, convence con sus palabras y lo enamora a uno de sus ideales.

En la tarde, las dos comunidades, ya hermanadas, nos mezclamos para visitar los proyectos de escuela de Villa Orilla y Barrio Blanco. A mí me tocó visitar este último, y me siento feliz de haberlo hecho. Bajo el fuerte aguacero, nos bajamos de la guagua en la "esquina caliente", en medio de las escépticas miradas de los lugareños. Entre callejones enlodados llegamos a una pequeña escuela de dos aulas que es casi un oasis en medio de la mayor pobreza.
Allí aparecieron más de cien niños de diversas edades. Algunos sin zapatos o 'descamisados', otros cargando a los hermanitos, uno que otro vergonzoso, pero todos increíblemente dóciles y contentos, dispuestos a compartir lo que teníamos para llevarles: una oración, un dibujo con crayones, una canción, unas galleticas y una fundita con caramelos.

El contraste de nuestra presencia en aquella realidad era notorio. Los niños en su entorno de pobreza y lodo, y entre nosotros, compañeros que nunca habían entrado a un barrio marginado. Alrededor, los niños aferrándose a su galletica, algunos quizás no han comido en todo el día. Entre nosotros, compañeros que están en su dieta del "body transformation". Afuera, la miseria hace de las suyas. Entre nosotros, compañeros en jeepeta o viajantes a Europa. Y decidimos estar allí, probar y sentir lo que pasa en el país, por un ratito. Y allí estábamos todos, cantando unidos, aplaudiendo a la misma vez, dibujando juntos, viviendo la vida al mismo tiempo y en el mismo lugar por un par de horas.

Las caras de Emily, Joel, Iris, Isaías, Stephanie, Frank, Erick, Yeneri y decenas más me siguen sonriendo en mi mente. Las caras de mis hermanos de comunidad de Santiago y San Pedro me siguen sonriendo por igual. Y es que también en eso nos hermanamos, sonreir juntos no nos costó trabajo.

En medio de todo aquello, alzo la vista a la casa vecina. Un adolescente trata de clavar unas desgastadas planchas de zinc bajo la lluvia. Sor Angelina me encuentra observándolo. Me dice bajito: "Simón, no somos culpables, pero somos responsables". Se sonríe y se aleja, sabiendo lo que ha hecho.

Hoy recordé mis años de misionero en la sierra, y recordé que siempre hay alguien que nos está necesitando. Recordé que las sonrisas son gratuitas, y que los niños pueden perder la esperanza pero no pierden tan fácilmente la inocencia. Que siempre habrán quijotes, y más que eso, santos de carne y hueso, sobre todo en medio de nuestra cruda realidad. Recordé que Dios, como me dijeron en Bao, tiene cara de niño...

viernes, 24 de junio de 2005

Mi Cabarete de siempre

Tercer sábado de junio del 2005. Once y once de la mañana. Cuatro amigos tienden sus almas al sol de la playa de Cabarete. Gipsy, Santiago, Ivelisse y yo, embarrados de protector solar, estamos escuchando en silencio el sonido del viento y del mar. Antes de recostarme en el chaise-longe miro alrededor mío y recorro de punta a punta la costa de la playa de mi niñez, y cierro los ojos, y me transporto a un viernes cualquiera de un verano cualquiera a finales de los años setenta…

Papi, mami, Mónica, Raquel y yo estamos montados en la recién estrenada Peugeot Station color verde (Esther nacería años después). Ya hicimos la acostumbrada estación y tomamos morirsoñando en la Parada Cangrejo. Yo ataco para que nos demos prisa pues debemos vencer al sol en su carrera y llegar a la playa a tiempo para poder darse un baño en el mar antes de que sea de noche. De hecho, venimos llegando al atardecer a la casa de Don Rodriguito en Cabarete. Allá nos espera don Nelson, quien cuida la casa y abre la puerta de madera de la entrada. Al fondo de la marquesina se ve el mar, así que prácticamente nos tiramos del carro y salimos en alocada carrera a ver quien llega primero al agua, y nos olvidamos de ayudar a papi a bajar los bultos y la comida.
Este Cabarete es un paraíso hecho a la medida de nuestra familia. En toda la costa hay algunas 20 casas diseminadas, y algunas más que no dan al mar. Es todo nuestro, sólo nuestro, de repente me siento egoísta y me alegra que mucha gente no conozca esta playa.

Los Nova-Jacobo o los Gómez-Borbón llegan más atrás y en ese momento nos dirigimos a la casa para la repartición de las camas, yo con la ilusión de dormir en el segundo piso de uno de los camarotes. Las dos familias nos damos luego un baño en el mar esperando que se extienda al máximo la puesta de sol; si se hace de noche y estamos en agosto hay que salir rápido antes de que empiecen a picarnos unos misteriosos “pajaritos” que andan en el agua a esa hora (nunca supe si la comezón que sentía era real o si todo era un chantaje de nuestros padres para que saliéramos del agua).

El resto del fin de semana es genial: nos vamos los niños solos a caminar “hasta la punta” y allá nos bañamos en el mar picado, rompiendo la promesa hecha a nuestros padres de no hacerlo; de regreso nos sentamos a hacer cuentos de misterio en el cementerio de la playa; disfrutamos de la fogata a la orilla del mar o de un barbecue en la terraza; cavamos hoyos en la arena “hasta que encontremos agua” y hacemos en el mismo portal que da a la playa trampas camufladas con palmas y arena para los ladrones; papi nos enseña cómo se tira una piedra para que salte en la superficie del agua y mami nos enseña a flotar en el mar; hacemos turnos para usar la escafandra; descubrimos las cuevas de los cangrejos y oímos el mar en un caracol; comemos pescado, masa de jaiba guisada, y tomamos chocolatinas.
Es la época de sentirse libres y felices, de ser curiosos y espontáneos, de ser verdaderamente niños. Es el tiempo de sentirse protegidos, parte de una familia. Aún no ha llegado ni siquiera la pubertad, toda la gente es buena, todos los mayores son "tíos", mis padres son las personas que más saben, y el mundo es un lugar seguro, listo para ser explorado.

Aún no he cumplido los diez años y ya entiendo el concepto de relatividad, pues desde nuestra llegada sé que el fin de semana se pasará volando, y que el domingo, ante la pena de la partida, nos prometerán helados Perugina y nos permitirán “intercambiar” familias hasta que lleguemos a Santiago, yo me voy en aquel carro y ella se va en este… Y sé desde antes de que ocurra que llegaremos a Santiago exhaustos pero felices, con la piel tostada y el corazón lleno de luz, con una extensa colección de caracoles, vidrios de colores y bonitos recuerdos. Por eso, ahora que acabo de tirarme del carro y correr hacia la playa, cierro los ojos y los aprieto bien fuerte para que nunca se me borre este recuerdo…

Cuando los abro, estoy en un chaise-longe en la misma playa, el cielo está manchado por decenas de velas de colores, la costa esta plagada de hoteles y bares y en la arena se pasea cualquier cantidad de turistas mezclando idiomas y nacionalidades.
Las arenas que ellos pisan tienen historias que no conocen, y aunque creen que están en un lugar maravilloso, ninguno conoce la playa más linda del mundo, la playa de mi niñez, el Cabarete que está detrás de mis párpados y que visito con frecuencia. Sólo tengo que apretar los ojos con fuerza y concentrarme…

jueves, 23 de junio de 2005

Mores

Su nombre es Mores y su pasión es el kitesurfing. Tiene 20 años y es de Colonia, Alemania. Terminó el servicio militar obligatorio y va a empezar sus estudios de Economía. Encontró en Internet una escuela de idiomas en Las Terrenas, en un país caribeño, y decidió venir a perfeccionar su español por unas semanas y de paso aprovechar para practicar su deporte favorito.

Mores se acercó a nosotros en la playa de Cabarete con su sonrisa de muchacho travieso y una nariz más roja que el reno aquel, a pedirnos que le cuidáramos el bulto con su preciado equipo mientras se iba a preparar para izar la vela y montar la tabla. Aprovechamos la ocasión para asediarlo con preguntas sobre la práctica del kitesurfing, los tipos de vela usados y muchas otras cosas. A través de sus respuestas en un español bastante fluido nos dimos cuenta de que no sólo había leído sobre la historia y la situación social del país, sino también que tenía opiniones muy acertadas sobre cómo el turismo podía dañar tanto el medio ambiente como el corazón de la gente que se sostenía del mismo. La conversación con aquel desconocido fue amena e interesante.

Cuando le preguntamos a Mores que cuándo se iba, nos respondió que el miércoles. Le objeté: "Pero eso no puede ser, si ese mismo día comienza la competencia mundial de kitesurfing aquí mismo en Cabarete, no tiene sentido".
Su respuesta fue clara y sencilla:
"Lo que sucede es que mi hermano se gradúa el viernes y debo irme ese día para llegar a tiempo de estar allí con él". Le pedí que me confirmara lo que me decía y pareció extrañarse de que algo tan simple me asombrara.
Aunque es probable que nunca más vuelva a verlo, aquel muchacho alemán me sacó de mis pensamientos egoístas y me enseñó una valiosa lección:
La pasión más grande no puede ser más grande que el amor más grande...

En lo que a mí respecta, pocas cosas me apasionan de verdad. Entre ellas, me apasiona la música de Pedro Guerra, que se presenta el día primero de Julio. Por otro lado, mi hermana se casa en Minneapolis el día 2, y si de verdad quiero estar presente con ella debo dejar el concierto de lado y montarme en un avión ese mismo día.
Me da verguenza haberlo siquiera puesto en la balanza.

Gracias, Mores, donde quiera que estés, por haber venido a enseñarnos que mientras más grande es la vela menos viento hace falta para izarla...

lunes, 13 de junio de 2005

Regreso a Bao

Volví a Bao, al mismo lugar donde fui varias veces de adolescente a campamento, al Bao de Dubert, con Dubert y con mis amigos de compromiso 99, y sus amigos, y los amigos de sus amigos. Volví con la felicidad de quien regresa a casa, sorprendido de lo mucho que ha cambiado para bien.
Todo fue alegría: la llegada, las charlas del Padre, el baño en el río, la fogata, la oración de Yira, y hasta los ladridos de León.
Todo fue paz: desde el concierto de grillos hasta el techo de estrellas, pasando por la infinita e hipnotizadora sinfonía del agua.
Todo fue amistad, desde José Daniel a quien quiero desde hace 30 años, hasta Pachy e Indira a quienes acabo de conocer.
El cierre, la misa con prisa de Dubert, fue quizás lo mejor. En el Credo que improvisamos entre todos entendí que aquello era parte de un gran regalo:

Creo en la amistad
Creo que Dios está en el silencio y en las cosas sencillas
Creo en la familia que tengo
Creo en la inocencia
Creo en la naturaleza, gran obra de Dios
Creo en el amor
Creo que Dios tiene cara de niño ...


Para colmo, hablaron del regreso del hijo pródigo... ese era yo, que volvía a encontrarme con el Simón de hace quince años en el mismo escenario en el que aprendí a creer.
Volveré a Bao cada vez que pueda, pero mientras tanto me traje dentro el río, las estrellas en un bolsillo, los grillos en la maleta y el campamento entero en el corazón.

viernes, 10 de junio de 2005

Noticias

Leí en los periódicos de hoy:

"Violencia en La Paz"
"Guerrero vuelve a NY"
"Hierro para los niños"
"San Lázaro derrota a San Carlos"

Me pregunto, ya que las cosas no andan bien en el mundo, si todo anda bien en mi cabeza...

jueves, 9 de junio de 2005

Recuerdos

Los recuerdos pueden ser alas que nos ayudan a volar en libertad o grilletes que nos aprietan con fuerza...

martes, 7 de junio de 2005

A media vida

Según las estadísticas, y debo creer en ellas porque las enseño en clase, el hombre dominicano tiene una esperanza de vida de 70 años. Y yo acabo de cumplir 35 en mayo. Es decir que oficialmente, estoy en la "Jacaranda" de mi vida, si fuera un viaje a la capital.
Como escuché no sé en cuál película, estoy muy joven para ser viejo y muy viejo para ser joven. O sea, estoy en el "nié" de mi vida.
Me salen espinillas y también me salen canas.
Tengo amigos de 20 y pico y de 50 y pico.
La semana antepasada me tiraron, sin anestesia, un "usted" y me llamaron "don" justo en la playa, en frente de unas chicas. La semana siguiente hice el ridículo tratando de bailar reggaeton, solo para demostrarme que podía. Y caí en la cuenta.

Estar en el miú de mi curva normal equivale a ver hacia atrás y hacia adelante y encontrarme lejos del momento en que nací, y si Dios lo quiere, lejos del momento de mi partida de esta tierra.

Miro hacia atrás con alegría, con nostalgia, con una larga lista de errores que ya no pueden ser enmendados y algunos de ellos que seguirán siendo cometidos (¡mis errores favoritos!), me llega a la mente una gran cantidad de recuerdos hermosos y sonrío satisfecho, pues desde ya siento que he ido sembrando, sobre todo en corazones ajenos.

Miro hacia delante con un poco de escepticismo, con cierto temor natural, pero de nuevo con alegría, pues me veo haciendo cosas que hace tiempo debí haber hecho y recontando los errores que cometeré de ahora en adelante.

Me miro ahora, con los amigos y la familia que tengo, con lo que he logrado hacer en mi vida, con la satisfacción de no ser otro que yo mismo, y pienso que si esto es envejecer, entonces que vengan años...