jueves, 20 de abril de 2006

El Evangelio de los Bateyes

Las lecciones de vida aprendidas en el batey Montecristy, en San Pedro de Macorís, durante el desarrollo de las misiones de Semana Santa de mi comunidad ETC son innumerables. Sin embargo, voy a tratar de hacer un repaso rápido de las más grandes enseñanzas recibidas, que hicieron que los evangelizadores se convirtieran en evangelizados:

Los 72 regresaron felices
En las semanas previas a las misiones sucedieron muchas cosas que hicieron que hasta el mismo día de inicio entraran y salieran del grupo nuevos misioneros, de modo que la cuenta final quedó en 71. Eso creíamos hasta que alguien recontó, e incluyó a María Laura, la hija de mis hermanos César y Jennifer. La bebita de dieciséis meses, limitada físicamente por un problema muscular, pero luciendo su camiseta de misionera, fue la fuerza del grupo, e incluso algunos dicen que fue la gran portadora de paz. Con ella sumamos 72 misioneros. En el capítulo 10 del Evangelio de Lucas dice:
1 Después de esto, el Señor escogió a otros setenta y dos para enviarlos de dos en dos delante de él a todo pueblo y lugar adonde él pensaba ir. 2 "Es abundante la cosecha --les dijo--, pero son pocos los obreros. Pídanle, por tanto, al Señor de la cosecha que mande obreros a su campo.
¿Casualidad? Tal vez. Sin embargo, yo prefiero pensar en un Dios sagaz que está guiñandome un ojo en este momento.

La gente va a llorar mucho
El Viernes Santo en la tarde, mientras mi compañero Gustavo y yo íbamos entre el pueblo pegando afiches con imágenes de cada estación del via crucis, nos seguía un grupo de niños. Uno de ellos en particular se quedaba embelesado viendo las imágenes de Jesús caído, azotado, con la cruz a cuestas, etc. Antes de pegar el afiche correspondiente a la siguiente estación me dijo: "Ya no peguen eso más, que la gente va a llorar mucho". Tan sencillo fue su mensaje que aún me estremece. El sí estaba sufriendo con Cristo su via crucis, yo no tenía más opción que imitarle.

No tengo nada que darte
Julito tiene seis años y llegaba a buscarme desde las 7:30 de la mañana al lugar donde los misioneros dormíamos. A veces eran las 10 de la noche y Julito seguía allí, generalmente dando bandazos entre la gente en una bicicleta prestada. Cuando vio que se acercaba el momento de que nos fuéramos, empezó con el ataque de que le dejara algo, que le regalara algo. Después de que me cansé de evadirle, le afirmé categóricamente que yo no tenía nada que darle, y se fue corriendo. Al principio entendí que estaba decepcionado, hasta que lo vi regresar corriendo, descalzo y vestido sólo con sus pantaloncitos raídos. De los bolsillos se sacó dos chinolas y me las dio diciendo: "Tome, para que se haga un jugo cuando llegue a su casa".
Igual que Jesús, que al final se rifaron hasta su túnica, y cuando ya no tenía nada más, hasta a su madre entregó, y cuando no tenía nada más, entregó su espíritu. Y yo que pienso que no tengo nada para dar.

Mírala al lado de Dios
Cuando mi compañera Elizabeth explicaba a los niños sobre la Virgen María en aquella pequeña capilla del batey, preguntó: "¿Ustedes saben quién es la Virgen?" Eduardito se me acercó y me dijo, señalando un cuadro que estaba al lado de un crucifijo en la pared del fondo: "Yo sé quién es la Virgen. Mírela ahí, está al lado de Dios". Al día siguiente Emil lo confirmó, porque hay que aprender a ver. Ella siempre ha estado ahí, al lado de Jesús, eso es tan obvio que los niños lo saben y nosotros no.

No dejen de ir a mi casa
Daurys, apenas con siete años, nos seguía mientras íbamos bendiciendo cada hogar del caserío. Varias veces durante la mañana nos preguntó "Ustedes van a ir mi casa, ¿verdad?". Cuando ya nos retirábamos, insistió tanto que logró no sólo que una pareja de nosotros le hiciera la visita, sino que fuéramos ocho en total. El pequeño nos llevaba con mucha alegría a dónde estaban su mamá y su abuela. Oramos, bendijimos la familia, y casi cuando nos íbamos la abuela dijo que su marido estaba inválido, así que le pedimos que nos llevara allí. Supimos que tenía artritis reumatoide muy avanzada. Le oramos entre todos, y vimos debajo del mosquitero como el viejo, profundamente dormido, empezó a temblar con cada palabra de nuestra oración. Cuando acabamos de rezar, volvió a su estado de placidez. Nunca sabremos qué pasó, si hubo mejoría o qué, pero ver la cara de Daurys y oírlo decirle a su mamá "yo te dije que ellos iban a venir" fue más que suficiente para entender tantos pasajes bíblicos en los que Jesús acababa diciendo "tu fe te ha salvado".

Ya no voy a tener miedo
El mismo Daurys, el único de los niños que no pedía nada y sólo daba, vino la mañana de resurrección, como cada mañana, a darme mi abrazo. Como había notado que era un niño "con problemas" según su propia madre, me lo llevé aparte y se me ocurrió preguntarle si alguna vez le daba miedo de algo. Fue muy tajante al responderme que había "un pájaro malo y guapo que se le aparecía y le daba mucho miedo" y que lloraba mucho por eso. Le regalé un denario y le pregunté que cuál oración se sabía, me dijo que el Padre Nuestro. Le pedí que la rezara cuando tuviera miedo. Salió corriendo a contarle a su amiga Melissa que ya no tenía miedo porque tenía un regalo de la Virgen y la oración de papá Dios. Ya quisiera yo tener una milésima parte de su fe y matar para siempre todos los miedos míos.

Yo quiero ser misionero
Jesús tiene trece años y dice que quiere ser misionero como yo, como nosotros y como su hermana Loidys, que empezó observando lo que sucedía a su alrededor y terminó siendo la más apasionada y entregada de todos los misioneros. Jesús tiene ganas de trabajar, quiere ayudar a su familia y se faja a estudiar, porque quiere ser mejor. Llegó a ayudarnos el primer día sin que nadie se lo pidiera, y se dedicó a demostrarme que podía dirigir a los niños y organizarlos. Fue en todo momento un soporte, sin esperar nada a cambio. Me escribió en una hoja con una letra aún infantil una carta en la que expresa un emotivo y sincero agradecimiento, y da por sentado que nos veremos el año próximo. Gracias, Jesús, o mejor dicho, Jesuses, a los dos, por ver en mí cosas que aún yo mismo no alcanzo a ver y comprometerme a seguir en el camino misionero.
Pudiera continuar: el lavatorio a los lugareños, el via crucis entre la caña, la desgarradora crucifixión en vivo, las sanaciones, las bendiciones y mil cosas más. Pudiera hacer otras historias con otros protagonistas: Nicole, Nereyda, Carmen, Franchesca, Teniente, Fernanda, Tirulú, Alex, Mayra, Perla, Beto, Mercedes y muchos otros que en mi mente forman con sus caras un mosaico que se asemeja a la cara de Cristo. Pudiera seguir, pero simplemente lo expresaré a modo de oración:
Tiene cara de niño y va descalzo
bajo el sol calcinante del camino,
de harapos y remiendos va vestido
y me sale al encuentro a cada paso

La pobreza le da un futuro incierto
y a pesar de que ya no tiene nada
me sigue regalando su mirada
y me muestra sus brazos siempre abiertos

Es el hambre una lanza en su costado,
el calor hace llagas en su cuerpo
y el dolor de las horas en el huerto
lo revive en la caña y el arado

Su via crucis empieza en el ingenio,
el batey se convierte en su calvario
y revive en las cuentas del rosario
de su vida la cruz y los misterios

Es el Cristo que vive en los bateyes,
es la diáfana imagen del Dios vivo
y aunque muchos lo tienen en olvido
es el Dios del Amor y Rey de Reyes

¡Oh Señor de la gloria, Cristo vivo
que habitas en el alma de los niños,
gracias te doy por todo tu cariño
y la luz de tu Espíritu divino!
Amén

miércoles, 12 de abril de 2006

Mi Primer Recuerdo: La Casa Mágica

Como parte de los ejercicios del libro "Atreverse a Escribir", me toca narrar los primeros recuerdos de los que tengo memoria. Esto fue lo que salió:

La casa de la calle Restauración estaba encantada y mis padres eran los responsables de toda aquella magia.
Había en el callejón una carbonera que hacía que quien entrara en ella desapareciera; varias veces vi a mi hermana Raquel perderse allí dentro y luego reaparecer misteriosamente. También había un solar al lado donde siempre había flores, todos los colores de flores, todos los días, todo el año. Si uno arrancaba una Celia hoy, mañana aparecían dos, de otros colores.

La casa tenía una ventana que daba hacia la calle y la realidad. Al lado de ella un señor amable recostaba un exhibidor de historietas, y con la moneda mágica que mi hermana Mónica me había dado yo podía lograr que el señor me diera todas las historietas que yo quisiera, sólo tenía que acabar una y devolverla. Allí pude conocer, aún sin saber leer, a Chanoc y a Kalimán, los dos héroes del momento.

Teníamos un tocadiscos que nos entretenía con solo tres discos: la Novicia Rebelde, Canciones Infantiles y los Hermanos Arriagada. Había en él un dispositivo mágico que podía hacer que nuestras voces y nuestros cantos se repitieran solos.

Mami también sabía de magia. Con sólo acunarme en una pequeña mecedora sin brazos que había al pie de la escalera lograba inmovilizarme, y luego entonaba una canción mágica que me hipnotizaba hasta que yo abría los ojos y veía el sol entrando por la ventana.

Sin lugar a dudas el encantamiento de la casa era el resultado del gran mago: mi papá. Mi admiración por sus poderes creció una noche en el cuarto de mis hermanas en la segunda planta. Mi papá el mago se colocó detrás del cordel donde se tendía la ropa cuando llovía, y apagó la luz para demostrarnos cómo, con el simple movimiento de sus manos, podía hacer que unos zapatos bailaran solos. Si él subía las manos, los zapatos subían. Si movía las manos a la derecha, para allá iban los zapatos, que habían cobrado vida propia de la mano de papi.
Yo también, de su mano, había empezado a cobrar vida propia, y también yo me movía a dónde sus manos me llevaran.