sábado, 29 de diciembre de 2007

Cantares de Navidad

Esta Navidad no se parecía a ninguna otra. Para empezar, la resaca emocional de los efectos devastadores de "Olga" pesaba en el ambiente de la ciudad, creo yo. Mis hermanas y sus respectivas familias se hallaban cada una en coordenadas diferentes del planeta. Un amigo de la familia agonizaba de cáncer y de algún modo nos afectaba el ánimo.  De repente ya era Nochebuena y mis padres y yo nos encontramos sin darnos cuenta sentados con mi tío y mi tía, los cinco viéndonos la cara y añorando, expresa o secretamente, aquellas Navidades en la Cuba # 37, en casa de mis abuelos.

En aquellas Navidades perfectas mi abuela no cesaba de traer comida desde la cocina: arroz, arvejas (congeladas desde Octubre porque ‘este año van a escasear’), puerco asao, pastelón de harina, quipes (para darle el toque libanés a la Navidad). Tío Eduardo no cesaba de sorprendernos al sacar de su carro velas romanas, montantes, patas de gallina y varillas para el deleite de los chiquitos y el dolor de cabeza de los adultos. Abuelo servía refrescos, cerveza, vino, gomitas, avellanas, coquitos. Tío Jorge era el ausente mencionado y añorado o la atracción del momento, según estuviera fuera del país o hubiera viajado expresamente para la ocasión. Mami chachareaba alegremente con mis tías y no cesaba de traer a colación historias, añoranzas y recuerdos del ayer. Eran Navidades de abundanca, si se quiere ver de ese modo.

La noche podía prácticamente dividirse en etapas en el siguiente orden cronológico:
Pongan música - Suban esa música - Bajen esa música - Cambien esa música - ¿Por qué cambiaron la música?. En todo caso se entiende por “música” la producción “Cantares de Navidad” del trío Vegabajeño, la cual nunca ha dejado de matizar las Navidades de los Morel-Abdala, en su versión de disco de pasta, cassette, CD o MP3, según la época.

Arrancaba el disco con la primera canción, cuya letra archiconocida reza así:
Navidad que vuelve, tradición del año
Unos van alegres y otros van llorando
Hay quien tiene todo, todo lo que quiere
y sus navidades siempre son alegres
Hay otros muy pobres que no tienen nada,
son los que prefieren que nunca llegaran
Era en ese momento que surgía siempre la historia que se ha venido contando en mis Nochebuenas desde que tengo uso de razón, la cual comparto en esta ocasión. Usualmente la narración es antecedida por la mencionada canción, y para cuando se acaba, ya el disco va por la sexta canción (la más dramática del disco), a la cual uno de los tíos le sube el volumen antes de retirarse a algún rincón a llorar sin que nadie lo vea. Oiga que trozo de drama para una noche tan especial:
Madre, los Reyes ya no tienen corazón
ni un juguetito ya le quieren regalar
Ya no se acuerdan de los pobres que dolor
y sus casitas ya no lo quieren visitar

Gracias a Dios que el dichoso disco acababa alegremente con “Las Arandelas”, con la mesa puesta o probablemente las panzas llenas para ese momento.

Pero esta nochebuena era diferente. Era lenta, fría, callada. Eramos cinco adultos cansados y medio aburridos. Por eso no dudé en pedir a mami que me contara por enésima vez la consabida historia, la de aquella Navidad de su niñez. Quiero compartirla antes de que se acabe esta Navidad 2007:

Hace ya muchos años, cuando tío Eduardo, mami y tío Jorge se llamaban simplemente Eduardo, Liliana y Jorge, hubo una Navidad que marcó para siempre la visión de las demás que le siguieron hasta hoy. En aquel tiempo mis abuelos, Chaguito y Elisa, vivian en la calle Salvador Cucurullo, con sus tres hijos, de entre los cuales el mayor apenas pasaba los diez años. La situación económica era bastante difícil, sobre todo con un solo salario para alimentar una familia de cinco miembros.

En la calle de enfrente vivían el compadre Marino y la comadre Fefita, prácticamente considerados los “ricos” de la cuadra, pues hasta conocían el hielo gracias a que tenían una nevera “de las que tenían el motor arriba”, según cuenta mami. Marino y Fefita también tenían tres hijos, varones de edades similares a las de mis tíos, y tenían una estrecha relación con la familia mía, la cual había sido consolidada a través del compadrazgo.

Ocurre que una Nochebuena de finales de los años 40 en casa de mis abuelos no había prácticamente casi nada para cenar, razón por la cual el compadre Marino los invitó a todos a que compartieran la cena con ellos en su casa. Mi abuelo, un hombre recio y obstinado, desechó la idea (me imagino que por la vergüenza que implicaba). No estuviera contando yo esta historia si a mitad de noche no hubieran tocado a la puerta de mis abuelos nada más y nada menos que los cinco vecinos de enfrente, platos en mano. “Si ustedes no van a mi casa, entonces yo voy a la suya”, fue la actitud del compadre Marino, que acabó trayendo su comida a la casa de mis abuelos y así cenaron juntas las dos familias.

Este gesto tan sencillo, pero tan significativo, no solo ha sido tema de conversación recurrente en cada Nochebuena desde aquella, sino que, de una manera u otra, nos fue marcando a la generación siguiente (igual nos vencieron por repetición hasta el cansancio).
Por eso creo a pies juntillas en la abusada y nunca bien ponderada frase "Navidad es compartir"

Tanto papi como mami se empeñan en que lo recordemos, incluso en nuestra niñez nos llevaban al orfanato a compartir regalos con los niños de allí. Ambos vieron en otros tiempos Navidades muy duras, Nochebuenas sin cena o sin regalos, pero siempre hubo y habrá vecinos y compadres. Sobre todo siempre existirá el mejor regalo, el tesoro que siempre crece y mejora con los años, el que no tiene moña ni papel bonito: familia y amigos. 

Gracias de corazón a todos aquellos que a lo largo de estos años, han cruzado la calle para compartir lo que tienen conmigo.