domingo, 31 de mayo de 2009

De Niños y Dinosaurios

Del Taller de Escritura Creativa con José Ignacio Valenzuela que tomamos este fin de semana, un ejercicio basado en el cuento más corto del mundo, de Augusto Monterroso: "Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Con Philip Glass de fondo, esto fue lo que surgió en los siguientes cinco minutos:

Abrió los ojos y lo buscó. De alguna manera esperaba ver al dinosaurio, como cada mañana, al lado de su cama, solo que esta vez no tenía miedo. En vez de gritar auxilio y esperar a que su madre acudiera a salvarlo como siempre, esta vez se paró en la cama, con las manos en la cintura y un gesto rudo en su cara, copiado de su héroe favorito de la televisión.

Lo señaló con firmeza, y el dinosaurio empezó a achicarse. Sonrió levemente, sabiendo que finalmente le ganaba la batalla al monstruo. El dinosaurio fue cambiando de color, dejó de ser verde y pasó por diferentes tonalidades grisáceas hasta que finalmente llegó a ser marrón. El niño, en cambio, se fue haciendo gris.

Por un momento le dio miedo, pero ya no podía echar atrás. Con horror se dio cuenta de que no era el dinosaurio que se achicaba, sino él quien crecía.
Quiso gritar con todas sus fuerzas, pero en ese momento se oyó otro grito. Cuando se abrió la puerta, ya no fue su madre quien entró, sino un niño muy parecido a él, que corrió hacia donde estaba y lo abrazó por la cintura mientras lloraba de miedo.

El dinosaurio, obviamente, ya se había ido.

domingo, 24 de mayo de 2009

Como el Aguacero

A propósito de seis días de lluvia furiosa e ininterrumpida, de filtraciones nuevas, de los entaponamientos de siempre, de planes aguados, de hoyos en la calle que se agrandan, de carros siempre sucios, y muy lamentablemente, también de damnificados... rescato y reedito este poema que hace un tiempo, al igual que el aguacero, vino con fuerza y no hizo ningún bien.
Lo recibió alguien que llevaba capota impermeable y paraguas, o sea que no llegó a empaparse, o sea que no le pertenece a nadie, o sea que es mío. Y ahora lo comparto con ustedes...

COMO EL AGUACERO

Haces tuya mi morada,
te vas metiendo en silencio,
poco a poco, persistente,
eres como el aguacero.
Te conviertes en torrente
dentro de mí, muy adentro,
cualquier barrera que exista,
la derribas con tus besos.
Tu sudor y tu saliva
humedecen mi desierto,
arrasan todo a su paso
y dejan el campo abierto.
Y las lágrimas caídas
lavan dudas, penas, miedos,
para que surja con fuerza
nueva vida, brotes nuevos.
Yo soy el campo reseco
y tu amor el aguacero.

Pero todo tiene un punto
y se anega el sentimiento
y el espíritu se cansa
de ver el cielo tan negro,
y me inundan las promesas
pero no llueven los hechos,
y se filtran las palabras
pero no moja el empeño,
y lo que era brisa suave
se convierte en viento fiero.

Soy la tierra saturada,
soy el sol buscando cielo,
soy la presa rebosada
y tu amor el aguacero





lunes, 18 de mayo de 2009

Dicen que se nos fue Mario

Dicen que murió el domingo y yo me he venido a enterar el lunes a las 11 y 11. Y mira que yo hoy escuché la radio, leí el periódico, conversé con amigos, y no vi ni escuché la noticia. De hecho, Awilda no me ha llamado para compartir el dolor, o sea que seguro que no es cierto.

Dicen que mi amigo uruguayo se ha ido. El hombre que me ha acompañado en mis amores, el compañero que ha dicho lo que yo no he podido decir, el poeta que me ha robado las palabras para expresar mi sentir sobre el amor, el desamor, la pasión y la vida, el que ha marcado mis derrotas sentimentales y mis aciertos afectivos con sus poemas. Y aún en los períodos de apatía, cuando el amor parece ya una cosa lejana, me resuena en la cabeza su voz que me dice “No te Salves”. Son suyas esas tres simples palabras que me han metido en deliciosos problemas y han llenado mi vida de capítulos dolorosos y dulces, y que indefectiblemente lo volverán a hacer.

No puede haberse ido, si hace poco estuvo aquí. Hace tiempo que está aquí. Lo estoy viendo desde pequeño en uno que otro libro en casa de tío Jorge y tía Grecia, aunque entonces todavía no lo conocía. Lo estoy oyendo desde mi adolescencia en canciones basadas en sus poemas, que originalmente cantaba Nacha Guevara y luego en mi país Sonia Silvestre. Desde ese entonces me aprendí Todavía y Mucho más que Dos, entre otros. Busqué más de él y encontré Hagamos un Trato, y con mi mejor caligrafía lo transcribí en un papelito a uno de mis primeros y fallidos amores.

Hace más de 20 años que Mónica mi hermana me regaló dos libros suyos de cuentos (entre ellos "La Muerte y Otras Sopresas", mira tú) , y fue asombroso entender que Mario tenía la misma destreza para mover los hilos de mi mente y de mi corazón tanto en verso como en prosa. Luego leí su novela La Tregua y ya entendí que él no era normal. No conozco otro caso de alguien que domine con éxito los géneros de poesía, cuento y novela con tanta maestría, que hable sobre sentimientos y sobre política con tanta naturalidad, que verbalice lo cotidiano y lo trascendente con igual fluidez. Por cierto, releí La Tregua hace varios años y volví a sonreír y a sentir el mismo nudo en la garganta que sentí la primera vez.

Hace ya catorce años que Marcela, sabiendo lo mucho que disfrutaba sus poemas, me regaló una breve compilación de los más populares, y desde entonces ese libro me ha acompañado en seis mudanzas y otros tantos intentos de hallar el amor. Cuando finalmente lo hallé (de la mano de sus poemas, claro), ese alguien que sabía lo mucho que yo amaba esos poemas, utilizó uno de mis preferidos para asestarme un golpe mortal y socavar los cimientos de mi alma. El antídoto a tan mortal veneno fue tan genial como encontrar otro poema del mismo Mario que contrarrestó los efectos del primero.

Dicen que tenía 88 años, pero se me hace difícil creerlo. Alguien que sabe tanto de amor no envejece. Dicen que murió, pero en esta habitación resuenan sus poemas, de su propia voz y de la mía, a veces en libros, a veces en CD, y siempre en las paredes azules que tenían sus trozos de poemas escritos, y que ni dos manos de pintura lograron borrar de mi mente.

Dice el escrito que leí: “Fallece el poeta Mario Benedetti a los 88 años”, y de repente mi mente hierve, y de un salto me paro y voy al librero, y hojeo de nuevo “El Amor, las Mujeres y la Vida”, y leo un fragmento de un poema suyo:
“Hay días en que abro el diario con el corazón en la boca
como si aguardara de veras que mi nombre
fuera a aparecer en los avisos fúnebres
seguido de la nómina de parientes y amigos
y de todo el indócil personal a mis órdenes”

Dice el artículo: “Fallece el poeta Mario Benedetti a los 88 años”, y de repente mi corazón arde, y de un brinco me paro y corro de nuevo al librero, y hojeo de nuevo las páginas ya marrones de “La Tregua” y ahí está la ironía, con sus propias palabras:
“Quizás hagan bien en decir falleció, porque eso suena tan ridículo, tan fino, tan lejos de Avellaneda que no puede herirla, no puede destruirla. (…) Murió. Avellaneda murió, porque murió es la palabra, murió es el derrumbe de la vida, murió viene de adentro, trae la verdadera respiración del dolor, murió es la desesperación, la nada frígida y total, el abismo sencillo, el abismo".

Dicen que Mario murió.
Y si acaso fuese cierto,
como quiera sus palabras no están muertas ni perdidas,
están vivas en mis ojos,
y viven en los oídos de mis pasados amores,
y también en los oídos de otros amores futuros,
y en los oídos de todos los amantes que algún día
se han nutrido y nutrirán
con el lenguaje más bello:
el lenguaje del amor.

Dicen que falleció, que murió Mario Benedetti. Solo puedo terminar con las palabras que empieza uno de sus poemas que más aprecio:
No lo creo todavía.