miércoles, 30 de diciembre de 2009

Despedida de DMN

Ahora piensa abandonarme también este, como lo han hecho tantos otros antes. Debí saberlo desde un principio, para no encariñarme con él. Tanta gente que hablaba mal de él, desde mucho antes de que yo lo conociera, pero yo no les hice caso, y me alegro por ello.

Me tomó por sorpresa, cuando vine a fijarme en él ya habían pasado varias semanas de su llegada, y aunque no empezamos con buen pie, poco a poco me fue dando lo mejor de sí (o yo lo fui tomando, que no es lo mismo), de tal modo que estoy seguro de que si llego a olvidarme algún día de él, al menos él no se olvidará de mí.

Me sorprendió tantas veces que perdí la cuenta. Como siempre, me regaló nuevos amigos, pero me alejó de otros. Y aunque ya se va, aún no me conoce, no llegó a ver todo lo que puedo dar. Por eso, acompañándolo en su agonía mortal, le escribo esta lista, medio en serio medio en broma, para que quede testimonio de lo que me dejó:

Estado de Resultados del Sr. Simón De Castro -
Del 1 de enero al 31 de diciembre del 2009
  1. Me quise mucho más, quizás aún no lo suficiente. Traté de hacer más cosas que me gustaran, pero no se me dio. Al menos hice menos cosas de las que no me gustan.

  2. Pasé la mitad del tiempo llenando mi agenda y la otra mitad tratando de vaciarla.

  3. Usé muy poco el lado derecho de mi cerebro, mi blog lleno de telarañas es muestra de ello. El lado izquierdo lo usé para ingeniármelas como ingeniero, aunque a estas alturas no sé si me gané la vida o la perdí trabajando.

  4. Me bañé en tres playas diferentes, pero por primera vez en mucho tiempo, no me bañé en el río (pero me reí en el baño).

  5. Reafirmé mi definición de felicidad, sabiendo que su costo no debe ser la infelicidad ajena, pero por lo menos, me di más permisos de ser feliz (de tratar de serlo), y de no sentirme avergonzado por ello.

  6. Estuve descalzo menos tiempo del que me hubiese gustado.

  7. Traté de crecer equilibradamente, de cultivar cuerpo, mente y espíritu, y al final me quedé equilibrado, pero corto en cada una de una de estas tres patas.

  8. Me llegué a sentir pequeño al contemplar la ostentación del Duomo de Milán, y muy, muy pequeño al ver la miseria del barrio de Las Cañitas.

  9. Aunque canté en el carro, en la ducha, en karaokes, y hasta en la oficina, bailé muy poco. La culpa es de los merengueros malos, los locales chiquitos, y del calendario que me cae encima y no me deja trasnochar como antes.

  10. No encontré el amor, pero ya sé dónde NO está. Agudicé los sentidos en la búsqueda, y vaya si me divertí imaginando cuando llegue y me encuentre acompañado.

  11. Perdí libras hasta tener que achicar todos mis pantalones en los primeros meses del año, y al final del año encontré las libras perdidas y no tengo ni un pantalón que me sirva.

  12. Vi sesenta y un películas (fui más al cine que a Misa), pero solo leí siete libros. Compré cinco camisas y regalé once. Fui a cuatro funerales y visité nueve recién nacidos.
  13. Desaprendí mucho, y ahora tengo más espacio libre en mi memoria, pero no recuerdo para qué lo quería.

  14. Me di cuenta de que cada vez me basto más a mí mismo, y eso me preocupa. Solo necesito a Madelin, la doña que me limpia y me cocina, y ya. Y bueno, a mi familia, más nadie. Y a mis amigos. Y a mis hermanos de comunidad, y a mis compañeros de trabajo, y a mis vecinos, pero a nadie más.

  15. Amplié mi mente en vez de profundizar mis conocimientos. Desarrollé tolerancia hasta llegar a tolerar a los intolerantes.

  16. Me aumentaron… el trabajo. Me ascendieron… el monitor de mi computadora. Fui motivado… a reflexionar. Me reconocieron… a pesar de las gafas y la gorra.

  17. Me vi menos en el espejo, y ahora me conozco menos que antes, por dentro y por fuera.

  18. Comprendí que Dios se puso loco conmigo, estoy convencido de eso, pues siento que me dio de tó, y por eso también estoy convencido de que no quiero compartir "tó eso" con alguien que no crea en algo tan evidente y palpable como su presencia.

  19. Conservé mi sanidad mental. Y yo también. Igual yo.

  20. Sentí como un puñado de hijuesumadre me fueron jodiendo poco a poco hasta dejarme sin patria, pero me dejaron intacto el patriotismo.

  21. Pregunté más de lo que respondí. Di menos consejos, pedí menos consejos, y les aconsejo a todos que hagan lo mismo.

  22. Viajé a doce ciudades internacionales, pero no viajé a mi interior tanto como debí. Estuve en la torre Eiffel y en las cataratas del Niágara, pero me tiré menos al suelo a jugar con mis sobrinos y ahijados. En un mismo día desayuné, comí y cené en tres ciudades diferentes de Europa, pero otro día desayuné, comí y cené solo en mi apartamento.

Ahora, DMN, si estás leyendo esto, puedes irte en paz. Te prometo que mantendré vivo todo lo que me enseñaste, y hablaré de ti a los que vengan después. Puedes morir ya. Debes morir, porque ya empezaron las contracciones del parto de mi esperado DMD. Prepárate, año nuevo, que allá voy…

viernes, 11 de diciembre de 2009

El Día que la Tierra se Detuvo

El 11 de diciembre del 2009, mucho antes de la predicción Maya tan de moda ahora, el mundo se iba a acabar a las 10 de la noche. El año 9, la hora 10, el día 11, el mes 12… cualquiera se asusta. Yo me fui tranquilamente al cine mientras el resto de los habitantes de mi media isla se comían las uñas frente a sus pantallas de televisión esperando el final de Latin American Idol y el resultado final que decidiría la suerte de la concursante Martha Heredia. La segunda venida de Cristo parecía ser una mano de bingo comparada con el programa en cuestión. Y esto es lo que me ha pasado hoy...

Tenga en cuenta, señor Juez, que el día anterior, los síntomas de histeria colectiva que ya se venían presentando de manera sostenida durante las semanas anteriores, llegó a su punto máximo. Mire usted: Mientras me preparaba para ir al trabajo, me llegó un mensaje al celular: “Vota por Martha al 43657”. Recogí los periódicos de la puerta y en primera plana “Esta noche canta Martha”. Encendí la radio en el carro y adivine de quién se hablaba. Al llegar al trabajo, el tema de pasillo era… Martha.

Fue en ese momento que a mí se me ocurrió la brillante idea de escribir en mi Facebook “Les recuerdo a mis amigos que el mundo existía antes de Martha, déjenme respirar”, y el resultado no se hizo esperar: en menos de tres horas había 46 respuestas, unos dándome la razón y otros, la mayoría, acusándome de insensible, desadaptado social y antipatriótico (porque ahora el amor a la Patria se reducía a votar por Martha), pero no creo, Magistrado, que ese mensaje sea razón de peso suficiente para el crimen del que se me acusa.

En mi defensa debo decir, Señor Juez, que algunas semanas antes, cuando por fin visité a mi amigo Fernando a su casa después de meses de ausencia, no pudimos hablar pues me tocó sentarme a ver la entrega del dichoso LAI y a la Marthita cantando. La semana siguiente, en una reunión de amigos en casa de Víctor, me marché sin que nadie lo notara en el momento en que los quince invitados se pegaron de la tele a ver el escrutinio que haría clasificar a Martha una semana más. La siguiente semana, alguien me canceló una cena “porque Martha canta esta noche, imagínate”. De manera que mi resistencia al fenómeno citado iba cobrando sentido, su Señoría.

Sí, es cierto que años atrás caí rendido ante la primera entrega de “Operación Triunfo”, pero le juro que en esa ocasión a nadie hice daño, ni cambié mi actitud ante la vida, ni perdí la perspectiva, por eso ruego clemencia a esta corte, porque ya sé que todos, en mayor o menor grado, somos presa de la masificación de los medios en algún momento de nuestras vidas, pero yo solo traté de no caer en esta ocasión, y de sobrevivir para que alguien pudiera contar la historia.

Le cuento, señor Magistrado, que en mi niñez existía una versión microscópica de este fenómeno, y tenía lugar a una cuadra de mi casa. Se trataba del Festival de la Voz del Politécnico, en los Jardines, en Santiago. Existía un jurado (el mismo todos los años). Don Apolinar, mi tía Esperanza y doña Mery, eran músicos de profesión y nada tenían que ver con Jon Secada, Mimí y Mediavilla, los actuales jueces del citado LAI (note usted que he visto el programa, ¿eh?). Los concursantes eran también los mismos todos los años. A saber: Marinita, Marcelino, Joselito, Rosanna, y dos o tres más. Y ya se podía prever lo que ocurriría hoy, cuando en el último año del Festival de la Voz se decidió que el público tendría voto a través de sus aplausos, y en base a eso pasaron a la segunda ronda, contra todo pronóstico, Junior el pastelitero y el famoso Mingo, carentes de voz y talento, pero con sobrada popularidad en el barrio.
Gracias a Dios, señor Juez y señores miembros del Jurado, y muy a pesar del zapato que se le salió a Rosanna en medio de la canción “Trataré” de Lissette, ese último festival le sirvió de catapulta a Eddy Herrera, que aún hoy sigue guisando bien. Quizás por eso aquella fórmula siguió vigente a través de los años, en otros vecindarios y ciudades, y luego en la TV con programas como Cuánto Vale el Show y Buscando el Éxito.

Le cuento, señor Magistrado, que una noche de los mediados de los ochenta, Jocelyn la gaga que vivía en la calle de atrás, nos pidió a mis hermanas y a mí que la acompañáramos al festival de la voz de su colegio, y que ella, sin tartamudear, cantó la canción “Amigo” de Charytin y se alzó con la corona ganadora, regresando sin pena ni gloria al vecindario esa misma noche, como si no hubiera pasado nada, por lo que de nuevo mi perspectiva sobre el triunfo y la fama cambió.

Es por eso que les pido clemencia. Aunque me reconozco culpable de haberme ido al cine, de no haber estado en la calle o en algún colmadón, participando en algún sancocho, disfrutando los fuegos artificiales o llorando de emoción con los restantes diez millones de dominicanos que estaban unidos el día que la tierra se detuvo.

Perdone usted, si bien los ciudadanos decentes y los políticos, los chiriperos y los narcos, los religiosos y los ateos, se unieron por una sola noche a hacer lo mismo y yo no estaba con ellos. Perdone usted si por una noche en la historia no se llevaron la luz para que el pueblo disfrutara por unas horas de este opio colectivo que tanto necesitamos, y yo no estaba atento. Perdone usted si el Presidente habló de Martha, tema prioritario de la agenda nacional, y yo no lo escuché.

Estoy seguro de que bajó el índice de criminalidad anoche, estoy seguro de que los que se mataron en la Venezuela celebrando el triunfo de Martha, murieron por la Patria, estoy seguro de que se están reescribiendo los libros de historia a partir de ayer. Y yo, señor Juez, me hice el loco, quise ser yo mismo, y no ser un borrego.

Y dijo el señor Juez: “El veredicto es… CULPABLE”
Y dijo el jurado a coro: “BIEN CANTAOOOO”

domingo, 6 de diciembre de 2009

Mis Gigantes Favoritos (1): Agustín

Lo conocí cuando yo apenas tenía 15 años, él tendría 55. Un día como hoy él cumple 80 y yo casi 40, pero eso son solo números, porque entre nosotros nunca se ha sentido diferencia. En aquel momento, su cara seria y una joroba que apenas comenzaba lo hacían ver mayor, y quizás inaccesible, pero nada más lejos de la realidad. No me imaginaba que aquel señor calvo y de lentes gruesos se iba a convertir para mí en un amigo y un héroe personal.

A Agustín le tocó impartir Educación de la Fe en segundo de bachillerato, y lidiar con aquellos 90 muchachos con las hormonas revolteadas debe haberlo envejecido prematuramente. Para muestra un botón: en el paseo a los Montones que hicimos aquel año, fueron tantas las travesuras y el desacato, que nos prohibieron tener otro paseo en el tiempo que nos quedaba en el colegio. En el fondo, entendimos que era el merecido precio de una de las gozadas más grande que recordamos. Y en el medio de todo, Agustín con las manos en la cabeza mientras exclamábamos a coro nuestro recién estrenado lema: "Somos unos Salvajes". Qué belleza.

Y de aquel caos, Agustín sacó el mejor partido posible. Lo tomó como un reto, para sacar lo mejor que podía de aquellos salvajes que éramos. Y vaya si lo hizo. Corría el año 1986 y todos esperábamos con ansias la llegada del cometa Halley. Al ser un experto astrónomo, nos fue guiando paso a paso hacia lo que luego sería una de las decepciones más grandes que recuerdo, y de aquello también sacó partido, pues sin darnos cuenta estábamos todos de repente escribiéndole cartas al "Visitante", como le llamábamos a Halley, las cuales echábamos en un buzón y misteriosamente recibían respuesta. Le escribíamos nuestras inquietudes y problemas de adolescentes, y jugábamos a que no sabíamos que era Agustín quien respondía, con su impecable caligrafía Palmer y su bien cuidado lenguaje, suficientemente adulto como para responder de manera adecuada, y suficientemente joven como para conectar con nosotros.

De aquella experiencia a las visitas 'domiciliarias' que le hacía solo bastó un paso. El sabía lo mucho que me gustaban los postres, y la primera vez que me invitó a la casa de su comunidad, lo hizo con el anzuelo de algún dulce que ahora no recuerdo, pero no sin antes entregarme material de lectura, regalarme un par de consejos atinados y enseñarme su sonrisa de oreja a oreja más de una vez. Así se fue adueñando de los corazones de los que luego formamos bajo su tutela el grupo "Ara": Marcos, Rolando, Rafelito, Teresa, Luima, Jocelyn, etc.

Fue en esas visitas que pude encontrar el amigo que buscaba en mi adolescencia, ese que me comprendiera (o que me hiciera creerlo), que me escuchara sin juzgarme, que me acompañara sin controlarme. Tanto en su estudio como en la azotea del colegio encontraba canciones, libros, objetos, o simplemente me sentaba a verlo trabajar mientras le soltaba una que otra pregunta capciosa. La última vez que lo visité aquel año, antes de pasar al tercero de bachillerato, puso un cassette sin decir palabra, como quien no quiere la cosa, la canción decía: "Me han robado el corazón / los muchachos en la escuela / ellos pasan, tú te quedas / algo de ti llevarán". Era su manera callada de decirme que nos iba a extrañar. Tampoco dije nada, pero recuerdo la letra y la melodía hasta el día de hoy.

Ya al año siguiente la amistad continuó. Me tocó verle emplearse a fondo en la reconstrucción de la capilla del colegio. El mismo hizo todo el macramé decorativo, y sacó de algún lado un bloque de madera que convirtió poco a poco en una hermosa escultura de la Virgen. Me dejaba observarlo en plena labor, y aún de las cinceladas sacaba sabias enseñanzas que mi mente guarda como tesoros preciados. También en ese año me introdujo al mundo de las computadoras. En aquel momento Agustín presumía de tener una "Commodore 64", adelantadísima para la época, y allí por primera vez le puse la mano al artefacto en cuestión.

Hace poco me enteré de que cuando Fidel expulsó a los religiosos de Cuba, se tuvo que esconder y que estuvo en peligro cuando el populacho comunista rodeó al colegio de Santiago de Cuba y los insultaban y amenazaban. Nunca lo contó, porque su humildad y su sencillez no se lo permiten.
Y es que Agustín es de todo: escritor, poeta, dibujante, escultor, scout, astrónomo, informático, sicólogo, enfermero, radioaficionado, contador, hasta le ha tocado ser enterrador, y sabe Dios cuántas cosas más se me quedan fuera. Entre todas las cosas que sabe hacer bien, dejo para el final lo mejor que sabe hacer: Ser un tremendo maestro y un gran hombre de Dios, y como su nombre de religioso lo indica: Hermano. Ese gigante es mi amigo y mi hermano, con minúscula y mayúscula.

Siempre que pienso en él, pienso que lo que más me gusta, lo que quiero imitar, lo que más admiro, y es esa versatilidad, la libertad de sacar el máximo potencial al regalo de estar vivo, de ser todo lo que se puede ser, de dar todo lo que se pueda dar, y de disfrutar en el proceso de esa entrega.

Pasó la época de alumno, y yo seguí enganchado a La Salle todo el tiempo que pude, pero la amistad continuó estos últimos veinticinco años como un puerto seguro al que puedo acudir. Hace unos años lo atacó la leucemia, y en el tratamiento perdió la voz temporalmente. Yo lo visitaba y le hablaba, le contaba, le decía. Y él se limitaba a asentir, a sonreír como tan bien sabe hacerlo, y aún en su silencio, aquel hombre disminuido por la enfermedad me hacía sentir acompañado, querido, seguro.
Y aunque hoy cumple ochenta, sé que tiene en carpeta proyectos para los próximos 40 años, porque siempre hay algo por hacer, alguien a quien ayudar.

Es cierto que la distancia y el tiempo nos separan más de lo que yo quisiera, pero las pocas veces que hablamos por teléfono, o que intercambiamos e-mails, son un bálsamo dentro de mi estresada agenda, y un recordatorio del cariño que va más allá de profesor-alumno, de la amistad sin límites, esa que nace bendecida por Dios y tiene por eso la garantía de ser siempre nueva.

Feliz cumpleaños, amigo. Y gracias, Hermano Agustín, por tu amistad sincera y desinteresada de tantos años, que no pide nada y siempre da. Gracias por tenerme en tu corazón más que en tu agenda. Gracias porque TU ME ENSEÑASTE A VOLAR...