jueves, 24 de noviembre de 2011

De Reencuentros y Serendipity


Estuvo seis años soñando con este momento, disfrutando de la repetición en cámara lenta. Seis años subsistiendo a base de recuerdos que nunca sabrá si fueron realmente hermosos o si la mente los magnificó para sobrevivir el limbo en el que el recién nacido sentimiento iba a caer. Seis largos años, a veces olvidándose del sueño para poder seguir adelante sin el pesado fardo de la ilusión de lo que nunca se ha tenido.

Bendijo la hora y el lugar de hace seis años. Aquella mañana, sin embargo, cambió el miedo de no conocer nunca a alguien así, por otro mucho mayor: el de no volver encontrase nunca de nuevo. Por eso se felicitó por la osadía de haber escrito aquel mensaje en un papelito y por el tino de haber usado a la azafata como celestina. La escala que les tocó compartir fue suficiente solo para aprenderse los nombres y las miradas, jamás iba a dar el tiempo para aprenderse el olor de sus cuellos, el compás de sus respiraciones, o la temperatura de los dedos recorriendo sus pechos. Apenas se habían conocido y ya había que despedirse. Este era el famoso punto único en el que dos líneas perpendiculares podían tocarse, y ya  se había borrado.

Sistemáticamente, a medida que se alejaba por aquel pasillo, iba volteando una y otra vez a ver aquel rostro que se hacía más pequeño en el espacio y más grande en su memoria. Sus miradas se quedaron enredadas hasta donde fue físicamente permitido, y aun al cruzar la línea de seguridad, sentía aquella tierna mirada acompañándolo, y la sensación del serendipity a tope.

Al cabo de diez minutos sintió que la separación se le hacía eterna. El reloj, consciente del poder de sus manecillas que disolvían  pasiones y maduraban sentimientos, se ensañó  con el afán de este loco por querer detener el tiempo y violar sus leyes, por eso aquellos diez minutos que le habían parecido interminables, los terminó repitiendo trescientos quince mil veces. Pero en ese momento, decidió que iba a volver atrás, para decirle que no podía respirar sin suspiros, que sentía su pecho romperse, que ya nunca iba a ser el mismo. Empezó a recorrer el pasillo que lo llevaría al reencuentro, primero caminando, luego corriendo, tratando de que sus latidos fueran más poderosos que aquel maldito tictac. Pero en un extraño momento de razón, entendió que no iba a llegar a tiempo, por eso tuvo que desandar sus pasos mientras se preguntaba dónde había quedado su cordura.

En el siguiente vuelo cerró los ojos para soñar con otras escalas en las que el corazón no tuviera que hacer migración y aduana, con otro viaje en el que los asientos esta vez eran contiguos, sin equipaje y sin destino, solo disfrutando la complicidad y la mutua compañía, la cabeza reclinada en su pecho, mirándose a los ojos con la seguridad de saberse predestinados. Finalmente los recuerdos y los sueños se fueron mezclando y quedaron flotando en una especie de nebulosa, hasta que se diluyeron en un líquido amniótico en el que se mezclaban lo que fue, lo que pudo haber sido, lo que podría ser, y lo que nunca será.

Y hoy, seis años después, en el momento del reencuentro, un simple abrazo bastó para romper fuente. En ese instante, al sentir el alma galopando y desconocidas esperanzas corriendo por sus venas, entendió por fin de dónde nacen las sonrisas, como las muchas que nacían en ese momento su interior.

Sin haberse ajustado el cinturón, el corazón se fue abriendo paso entre el tránsito de la noche hasta llegar a su nuevo rincón favorito y encontrar todavía más razones para sonreír, y nuevos recuerdos que añadir a la lista de aquella vez: la sombra que hacía la luz de la farola en su rostro, el ligero ascenso de su lunar cuando se asomaba el perfecto arco de su sonrisa, el brillo en sus ojos cuando escuchaba una palabra que le ruborizaba, la suavidad de sus manos que se posaban por dos segundos y medio en estas otras manos.

Ante aquella sobrecogedora sensación de saberse en el lugar correcto, a la hora correcta y al lado de la persona correcta, quiso llorar de alegría, gritarle al mundo que se sentía vivo, correr por aquellas calles que no conocía, avisarles a todos que esta vez no lo despertaran. Aquel punto de llegada, de repente se había convertido en un punto de partida.

La sensación de serendipity se hizo certeza en el reencuentro, y ahora ya no le cabía duda: Estaba dispuesto a recorrer todos los pasillos de todos los aeropuertos del mundo si fuera necesario para poder volver a vivir este reencuentro.

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