jueves, 19 de marzo de 2015

La Caja Negra

Debo contarme todo esto a mí mismo para que no se me olvide, para que la memoria del corazón se mantenga ejercitada, y para que la gratitud no se desvanezca con el paso de los meses.
De una vida plena en lo social, espiritual, familiar y cultural, había decidido  empezar de nuevo a mis 40 años en otro trabajo, en otra ciudad, en otro país.


Era un día como hoy, 19 de marzo, y era sábado.
Me sentía extenuado entre mudanzas agotadoras y despedidas lacrimógenas. De repente todo el mundo se había propuesto hacerme llorar esa semana, y mi corazón ya llegó un momento en que ansiaba ya fuera irme o quedarme, pero terminar aquella difícil transición.
Con dos maletas enormes me dirigí al aeropuerto, haciéndome el fuerte para que mis padres no me vieran llorar.


Cuando aterricé en Dallas aquella noche de súper luna, me esperaba mi amigo Manuel, quien me llevó a mi nuevo domicilio. Me entregó las tres cosas que para él eran indispensables en mi nueva vida: Una orquídea, una greca, y un GPS.


Yo caí rendido, pero al despertar tuve esa sensación extraña de ver un techo desconocido y por unos segundos no saber dónde estaba ni qué día era.
No deshice las maletas, sino que solo saqué un par de mudas de ropa, como si al evitar asentarme me estuviera convenciendo de que ya pronto me regresaba, mecanismos de defensa de esta mente loca que tengo como yo.
La mañana siguiente, arrancando la primavera, fui a hacer mis primeras compras en el supermercado. La cajera, en un arranque inusual de entrometimiento para el estándar americano, me dijo “cambia esa cara, todo va a estar bien”. Yo me dí cuenta entonces de que llevaba el ceño fruncido desde hacía más de 48 horas.


En la Misa de aquel domingo tuve la primera respuesta a preguntas que no alcanzaba a definir bien en mi corazón. Era la primera lectura, tomada de Génesis 12:
Yavé dijo a Abram: «Deja tu país, a los de tu raza y a la familia de tu padre, y anda a la tierra que yo te mostraré. Haré de ti una gran nación y te bendeciré; voy a engrandecer tu nombre, y tú serás una bendición. Bendeciré a quienes te bendigan y maldeciré a quienes te maldigan.”
Yo he visitado esa lectura en muchas ocasiones en mi corazón, y cobra nuevo sentido cada vez que la reviso contra las situaciones por las que me ha tocado pasar. Como la situación que atravieso ahora, justo en mi cuarto aniversario de esta aventura. Sé que esa promesa fue para mí, y que quienes ahora tratan de dañarme tendrán que vérselas con el director de mi película, mi Padre con P mayúscula.


Mi primer día de trabajo no fue agradable. Entre el choque cultural, la soledad, la nostalgia, el exceso de información recibida, los cambios que empezaron a suceder ese mismo día en la empresa, la sorpresa de que las cosas no eran como me las habían pintado, y el no saber dónde ir ni cómo andar, yo me sentía confundido, sin rumbo.  
Cuando llegué a la casa la primera noche, me decidí a desempacar y empecé a organizar algunas de las cosas que me había traído en la maleta. Fue entonces cuando “descubrí” la caja negra.


Justo una semana antes había participado por última vez en la Comunidad a la cual pertenecí y que formó parte importante de mi vida durante más de una década. Al final de la reunión de aquel lunes me entregaron una caja (negra) y yo que me imaginaba de qué se trataba, quedé sin habla entre la sorpresa y la congoja. Yo atiné a abrir la caja momentáneamente para encontrar que tenía cartas de mis hermanos y amigos, la mayoría de ellas manuscritas. Aquella familia tan especial que Dios había elegido para mí y que estaba hecha a mi medida había decidido hacerme el mejor regalo que hasta hoy he recibido: poner su amor en una caja negra.


Abrí la caja con cuidado al sacarla de la maleta, como si fuera frágil su contenido. Saqué la primera carta, y arranqué a llorar en la primera línea. Yo lloro feísimo, y por una condición de mis ojos produzco pocas lágrimas, pero lloro a menudo, como catarsis o como reacción espontánea ante alegría o tristeza. En esta ocasión eran ambas cosas. Cada noche durante esa semana sacaba una carta de mi caja negra y me sentía acompañado por esa persona, que me “declaraba” su amor en un papel y me daba ánimo para seguir.


Al cabo de varios días agotadores y noches cargadas de llanto, entendí que el ejercicio era algo masoquista, y ese domingo me senté con una caja de Kleenex a devorar el contenido de mi caja negra. Cincuenta cartas me estrujaron el corazón. Aquello era un inventario de abrazos y 'tequieros', un terrorismo afectivo que marcó mi existencia con la certeza de saber que el camino andado había valido la pena, y que bien podía seguir caminando hacia el futuro con la convicción de que nuevos ángeles serían puestos en mi camino disfrazados de amigos (y así ha sido). Después de todo, el tema de este blog lleva la frase de Soren Kierkegaard: "La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, mas solo puede ser vivida mirando hacia adelante”.  Mi caja negra me ayudaba a comprender y a vivir.


Al cerrar la caja decidí ponerle un letrero invisible “En caso de emergencia rompa el cristal” y acceder a ella solo cuando me hiciera falta un empujón o una palanca que me levante y me impulse, que me haga sonreír y sentirme querido. Así lo he hecho, y cual sorteo millonario, meto la mano y saco al azar una carta “premiada”. Últimamente, dadas las circunstancias, me ha tocado abrirla en más de una ocasión.
Por ejemplo, en lo que va de año, Roberto me llamó hermano y ángel, Ambar me recordó que soy transparente y sincero, Gilda me señaló que es válido tener temor y sufrir caídas pero que no estoy solo, y Rosa Julia me repitió que me quiere, y mucho.  He aprovechado con el paso de los meses para añadir nuevos tesoros a mi caja negra, como por ejemplo las cartas de mi mamá, siempre atinadas y emotivas.


Al abrir la caja, cobra nueva vida aquel Simón que llegó aquí pleno y feliz. Al cerrar la caja nuevamente, el Simón de hoy tiene fuerzas renovadas, sigue feliz, y tiene la capacidad de responder con fe los retos del presente, y de mirar al futuro con confianza. A veces pago de vuelta algunos de estos mensajes con otro mensaje o una llamada. Otras veces me entra la onda del “pay it forward” y el recipiente de mi gratitud es alguien de mi entorno, alguno de mis nuevos amigos quienes no tienen idea de mi inventario de amor y bendiciones, pero con quienes construyo nuevos amores.


Sabemos que la caja negra de un avión almacena datos que, en caso de un accidente, permitan analizar lo ocurrido. Si algo me ocurriera, quienes registren mis pertenencias podrán facilmente analizar lo que ha ocurrido en mi vida a través de mi caja negra.
Y lo que ha ocurrido es el amor, mucho, puro y bueno.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Extasiada!!! Dios bendiga tu ingenio y sensibilidad!!! Te quiero!!!

Diggi dijo...

Querido Simón,

Tenia siglos sin caminar por mi blog, me sorprendió lo abandonado que lo tengo y en eso estaba cuando me dije "deja visitar a Simón a ver qué sonrisa me brinda"... Ha sido una inmesa y grata sorpresa descubrir tu ultimo post y sentirme parte de el y cerca de ti.
Me atrevo a sentirme miembro de tu caja negra y me encanta, porque te quiero con el alma y no me canso de agradecer a Dios por ti, por tu vida y permitirnos compartir tan linda Amistad.

Mientras leía sonreía imaginandote, y te abrazaba desde acá con una oración al Padre para que "nada te turbe, nada te espante..." Recuerdas esa oración? " Nada te turbe, nada te espante. Dios no se muda, todo pasa. La paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta!"
En la Vigilia Pascual de esta SS voy en mi corazón a ofrecer la misa por tu vida para que El Dios vivo que sustenta nuestra Fe, reavive las ganas y los motivos y te llene de nuevas fuerzas.

Que tu "caja negra" siga siendo fuente del Amor que Dios te tiene, que siga creciendo y llenando de esperanzas y sonrisas tu corazón cada dia más.

Te quiero Saymooonnnn, hoy y siempre!!! Un super abrazo!!
(y comete una ensalada de broccoli a mi nombre jajaja)
Ligia Elena